Cuando ABC entrevistó a Millán Astray, el militar cojo, manco y tuerto que creó la Legión Española.


Cuando ABC entrevistó a Millán Astray, el militar cojo, manco y tuerto que creó la Legión Española
Millán Astray, en 1930
 
Un hombre que rebosaba optimismo y al que la falta del brazo izquierdo no le hacía perder ni un ápice de su aura marcial. Así es como definió el 15 de marzo de 1925 Ramón Martínez de la Riva un famoso periodista de Blanco y Negro (ABC) al entonces coronel Millán Astray y Terreros tras mantener una entrevista con él. Cojo, manco y tiempo después tuerto, este oficial se ganó un hueco en los libros de Historia por crear en 1920 la Legión Española y por la valentía y arrojo que, durante sus años mozos, demostró combatiendo contra los rifeños en la guerra de Marruecos. Gallego de nacimiento, Millán Astray comenzó su andadura militar al ser admitido en la Escuela Superior de Guerra en 1894 cuando apenas había contaba 15 años de vida. Más pronto que tarde se destacó, fusil en mano, en los campos de batalla de Filipinas. 

Disparo tras disparo, este coruñés se fue haciendo un hueco en el ejército y, finalmente, pidió voluntariamente ser trasladado a Marruecos, donde España se estaba dando de mandobles con los nativos en un intento de mantener la paz en el protectorado. Entre sangre y calor, Millán Astray observó que los soldados enviados desde la Península a la guerra solían ser jóvenes sin experiencia en combate y con una escasa preparación militar, lo que les convertía en blancos idóneos para los curtidos lugareños. Y es que éstos, haciendo uso de su mayor conocimiento del terreno, hostigaban a los soldados bisoños (novatos, que diríamos hoy en día) hasta la extenuación. Por todo ello, a sus 26 años el oficial gallego decidió proponer la creación de una unidad similar a la Legión Extranjera francesa que, mediante un adiestramiento específico para resistir las duras condiciones de Marruecos, hiciera frente siempre en primera línea de batalla a los continuos ataques de los cabileños. Su idea fue aceptada y se creó la Legión Española, una fuerza de choque con la que se pretendía detener la sangría de fallecidos que llegaban diariamente en ataúdes a los campamentos hispanos. 

La unidad nació en principio con el nombre de «Tercio de Extranjeros», ya que aceptaba la incorporación de españoles y forasteros. El único requisito es que los voluntarios fueran capaces y supieran manejar un arma. Como explicó posteriormente Millán Astray, permitió la entrada de marroquíes debido a que «un extranjero vale por dos soldados, uno español que ahorra y otro extranjero que se incorpora». El mando supremo del «Tercio de extranjeros» lo recibió el propio Millán Astray, quien organizó la unidad con la ayuda de su gran amigo Francisco Franco (por entonces comandante). No son extrañas, de hecho, las imágenes que muestran a ambos abrazados efusivamente. Años después, en la Guerra Civil, el coruñés tomó el camino de la sublevación y, tras el final de la contienda, hizo las veces de líder de la propaganda nacional. Con todo, antes de todo aquello, un 15 de marzo de 1925 año en que la Guerra de Marruecos estaba dando sus últimos coletazos Millán Astray recibió la visita de Ramón Martínez de la Riva, con quien mantuvo una extensa conversación que a continuación recogemos.

Pepe Millán Astray, el caudillo de la Legión, la figura militar española que goza de una mayor popularidad, en lo íntimo de su gabinete de trabajo, animoso y sonriente, me contaba del amor de sus amores de la Legión. Exáltase al hablar de los legionarios, de Franco, su jefe, de los hechos de armas recientes, y es su conversación un canto heroico a los caballeros de la muerte. Yo, mientras tanto, lo observo con detenimiento. Su faz no denota las pasadas fatigas y sufrimientos. El hombro izquierdo, sin el brazo, cercenado, dijérase que hace resaltar más la fuerte complexión del tórax. Un optimismo sano y rebosante afluye y se desborda en la amena conversación de Pepe Millán. Más de pronto se ha quedado en suspenso, y mirándome muy fijo exclama, como respondiendo a una duda que le asalta:

¡Ah, no! Eso, no, amigo mío. Usted hoy no ha venido, como otras veces, a hacer compañía a un convaleciente. Usted hoy inquiere, escruta, analiza, de una manera que no deja lugar a dudas. Y yo, ante el periodista enmudezco, porque no quiero que se hable más de mí, porque estamos en momentos de sacrificio para todos y no puede haber nada, en absoluto nada, que autorice una exhibición. 
Yo sonrío y callo. Millán abre su pitillera, en la que campean las armas de Infartaría, extrae un pitillo, da con él unos golpecitos sobre la mesa, y al fin le prende fuego con un encendedor mecánico. Su diestra se mueve con agilidad acentuada, para suplir al brazo mutilado. Y yo, con gran calma, respondo a su vehemencia: 

-Escuche usted. Estos días, buscando unos datos, he repasado las colecciones de algunos periódicos. La de BLANCO Y NEGRO del año 1897 me brindó evocaciones de nuestras guerras coloniales. Una de las evocaciones fué una fotografía en que un grupo de oficiales de nuestro Ejército rodean a la marquesa de Polavieja. Al pie de la fotografía se lee sencillamente: "Los héroes de San Rafad" Se refiere a la campaña de Filipinas. Y allí, en primera fila, hay un muchacho de diez y seis años, recién salido de la Academia y voluntario en la campaña. Aquel muchacho es usted. Y formé el propósito de relatar en BLANCO Y NEGRO de hoy alguno de los hechos posteriores de aquel "héroe en San Raiael" a los diez y seis años.
Pepe Millán se muerde nerviosamente los labios. Y haciendo esfuerzos por dominarse exclama: Me ha ganado usted. Ya no puedo negarme. Ni por la evocación, ni por el periódico de que se trata. La gratitud me obliga, y, por tanto, usted manda. Pero hágase cargo de mi situación.

-¿Qué es...?
La de un soldado a las órdenes del alto comisario en Marruecos, en situación de herido, pero en su destino.

-Me hago cargo. ¿Cuándo ingresó usted en la Escuela de Guerra?
A mi regreso de Filipinas. Pero interrumpí mis estudios cuando fui destinado al batallón de Cazadores de Madrid en la época en que lo mandaba Páez Jaramillo. Es uno de mis recuerdos más gratos, ¡Qué época aquélla! De la oficialidad de aquel batallón nadie quedó ignorado. Los que no murieron gloriosamente han alcanzado puestos relevantes en el Ejército. Al ascender a capitán volví de nuevo a la Escuela de Guerra. Allí me hice, pues tuve tres maestros inolvidables: Garda Benítez, García Alonso y Martani. 

Salí diplomado y fui nombrado profesor de Artes militares en la Academia de Infantería. Yo, sin poderlo remediar, predicaba un día y otro a mis alumnos la necesidad de que a Marruecos fuese gente joven y animosa, v como no me parecía bien predicar sin el ejemplo, en cuanto terminó el curso me fui voluntario a Marruecos. Allí ingresé en la Policía indígena, a las órdenes del general Jordana. Andando el tiempo tuve el honor de que el general Silvestre me llamara a su lado, y a su lado fui y combatí y ascendí por méritos de guerra a comandante, en la zona de Regaya, de Larache, precisamente en la de la columna de la que ahora me habían dado el mando.

-¿Cómo nació en usted la idea de crear el Tercio?
Pues verá usted. Fui dos años comandante de Regulares de Larache, y al regresar a la Península me destinaron a la Comisión de Táctica, donde germinó en mí la idea de crear un Cuerpo voluntario, análogo al de otros Ejércitos, para lo que fui a Argelia con objeto de estudiar la Legión francesa.

-Un momento. ¿Legión o Tercio?
Lo español, indudablemente, es Tercio. Es evocador, es glorioso. Pero se trata de un cuerpo que se nutre de la propaganda en el extranjero, y Legión es palabra que por pronunciarse exactamente igual en otros idiomas era preciso adoptar, teniendo en cuenta que así se daba la exacta noción de su significado. Así, pues, ahora, al denominarse Tercio de Marruecos, constará de dos Legiones.

 
-Bien. Se creó la Legión.
Se creó, y como acababa de ascender a teniente coronel, se me puso al frente. De la historia de la Legión hasta aquí no he de hablar. Ha sido de tal naturaleza y sus hechos gloriosos tan conocidos, que están en el ánimo y en el corazón de todos los españoles. En I922 dejé el mando de la Legión y fui destinado al regimiento de Pavía.

-¿Después marchó usted al extranjero?
Exacto. Todos los años salen a concurso varias plazas de oficiales diplomados de Estado Mayor, para, ir al extranjero a perfeccionarse en idiomas y ciencia militar. Concursé y gané una de estas plazas.

-Y estuvo usted en Francia. 
Fui agregado al profesorado de las Escuelas Miliares de Saint Cry y de Saint Maixent, y más tarde, al décimo batallón de Cazadores en Saterna (Alsacia). De allí marché a Marruecos, agregado al Estado Mayor del general Lyantei. Estudié, por tanto, sistemas educativos y de instrucción militares, y en el campo, en las líneas de Contacto francesas, la organización de los Ejércitos coloniales.
 
-¿Cómo fue volver al Marruecos español?
Porque cuando se agudizó últimamente el problema pedí, y obtuve, ser destinado a las órdenes del alto comisario. A los tres días me concedieron el empleo de coronel, y cuando iba a tomar el mando de mi columna caí herido. Ya lo sabe usted todo, y puede relatar lo que quería.

-Bien. ¿Y cómo cayó herido?
¡Hombre! Eso se ha relatado otras veces.

-Pero yo quiero oírselo a usted, porque no debo hurtarle al lector la emoción del relato de un hecho vivido
Pues yo iba en auto, acompañado del glorioso Topete, en dirección al Fondak, y a la altura de Tanites, nos encontramos con fuerzas de la columna del coronel Góngora, que sostenía fuego con él enemigo. Echamos pie a tierra, y a campo traviesa -no encontramos caballos-, nos dirigimos al encuentro del coronel para prestarle ayuda, si fuese necesaria. De pronto, y cuando descansábamos de una carrera desenfrenada, nos encontramos entre una guerrilla formada por soldados del regimiento de Burgos. Yo unos días antes había arengado a estos soldados, que me hicieron un recibimiento entusiasta en su posición, y creí que al encontrármelos en el campo de combate debía nuevamente arengarlos. Me adelanto. y en él momento en que con el brazo en alto gritaba "¡Soldados de Burgos—!", sonó la descarga…, cayó el pobre Topete para no levantarse más, caí yo con el brazo atravesado. Lo que vino después será para mi inolvidable. La guerrilla, despreciando el peligro, se puso en pie y rodeándome y cubriéndome con sus cuerpos, me retiraron del campo. Los soldados de Burgos tienen un lugar preferente en mi corazón. 

-Y ahora…
Pues, ahora… espero y estudio. Mi ánimo será siempre el mismo y mis proyectos de organización seguirán adelante. Hay mucho que hacer. Se han adoptado nuevas doctrinas, que el Estado Mayor llevará a la práctica. Nuestro Ejército está en momentos de grandes reorganizaciones. Es preciso tener un Ejército moderno. Con arreglo a nuestra historia y a nuestro suelo necesitamos un ejército ligero, con mucho armamento y muy maniobrero, pues no cabe olvidar nuestro abolengo de guerrilleros.

-¿Qoé recuerdos tiene usted más agradables de su vida militar?
¡Ha sido tan accidentada! Pero estos días he recordado algo que no se refiere a mí, pero que para mí fue de gran satisfacción. Durante mis etapas en Francia no hubo jefe u oficial de su Ejército que no me hablase con extraordinaria admiración de nuestro Rey. 

En la Casa del Soldado, en Versalles, se celebró con mi asistencia el solemne descubrimiento del retrato de Alfonso, XIII, colocado entre los del Rey de Bélgica, y del mariscal Jofre, y en la escuela de Saint Maixent, en una prisse dŽarmes, a la que asistí, el general Boria me colocó en d centro del cuadro y arengó a las fuerzas, hablándoles de la gratitud que debían al Rey de España. Este es. único recuerdo que en estos momentos quiero hacer constar. Y el coronel Millán Astrat, cogiendo con la diestra la manga sin brazo de su uniforme, levantaba la cabeza en el gesto gallardo y peculiar con que tantas veces arengó a los caballeros de la muerte, al conducirles a la victoria.


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