Tras los pioneros intentos españoles, realizados a finales del siglo XVIII el 11 de noviembre de 1792, de utilizar el globo aerostático
para la observación del campo de batalla, hubo de esperarse a que unos
nuevos artilugios, ligeros y frágiles los aviones, fueran convenciendo
a mentalidades poco dadas a las novedades de que resultarían muy útiles
en los campos de batalla. En España, el uso de
aparatos aéreos tuvo su primer impulso oficial por el Real Decreto del
15 de febrero de 1884, relativo al uso militar de los globos por parte
del Ejército.
Los pioneros fueron el capitán Fernando Aranguren y los tenientes Anselmo Sánchez Tirado y Fernando López Lomo. El estreno de estos nuevos medios provocó el interés general y hasta la Reina Regente Dª María Cristina realizó, el 27 de junio de 1889, una ascensión en un globo cautivo. Desde entonces, todo fue aumentando: mediante la Ley del 17 de diciembre de 1896 se creó el Servicio de Aerostación, lo que constituía un ‘ascenso’ en la importancia que se daba a las actividades aéreas en el seno del Ejército. La figura señera de este tiempo, y que marcó su impronta en los siguientes años, fue el comandante Pedro Vives.
El bautismo de fuego de la aerostación militar fue en 1909, en las operaciones cercanas a Melilla, a fin de librarla de las acciones de los rifeños rebeldes al Sultán de Marruecos. Para ello, fueron de suma utilidad las observaciones realizadas desde globos cautivos -es decir, unidos a tierra mediante un cable- dotados de teléfono para pasar la información derivada de la vigilancia del campo de batalla desde posición tan privilegiada. El futuro estaba en la creciente fiabilidad tecnológica de los tres ingenios aéreos de ese tiempo: los globos, los dirigibles y los aviones.
En diciembre de 1910 se constituyó la primera base aérea española en Cuatro Vientos, cerca de Madrid, que subsiste en la actualidad, y en cuyas inmediaciones se sitúa el Museo de Aeronáutica y Astronáutica. Al poco, marzo de 1911, dio comienzo el primer curso para formar a los nuevos pilotos de manera sistemática, y a las especialidades asociadas: observador, bombardero, etc. Apenas a los 10 años del primer vuelo de un avión en la Historia logrado por los hermanos Wright, la importancia creciente de las misiones aéreas en España proporcionaría un nuevo ‘ascenso’ con el reglamento del Servicio de Aeronáutica Militar de 1913, que, potenciaba y modernizaba sus dos componentes: la Aerostación - los globos-, y la Aviación los aviones, bajo la dirección del entonces coronel Vives. El incremento del personal destinado en esta fuerza aérea llegó a sumar la fuerza de varios regimientos de Infantería.
En 1920, hubo otro impulso modernizando y ampliando la organización, la formación de los pilotos, observadores y demás especialidades, junto con los nuevos distintivos que se necesitaban, hasta que, durante la Guerra Civil de 1936 a 1939, los aviones quedaron dueños absolutos del ‘campo’ de batalla aérea. Hasta entonces, la organización de las fuerzas aéreas del Ejército era de un ‘Servicio’, es decir, una parte de segundo nivel; fundamental, sí, para las operaciones en el campo de batalla, pero sin la categoría de ‘Arma’ que tienen la Infantería, la Caballería, la Artillería y los Ingenieros.
Tras la Guerra Civil, por medio de la Ley del 7 de octubre de 1939, se dio a la fuerza aérea española un enorme salto cualitativo al subirla a la máxima categoría organizativa, la de ‘Ejército’ con el apellido ‘del Aire’, poniéndolo al mismo nivel que la Armada que hasta hoy en día mantiene en su seno un componente aéreo propio, y que el Ejército de Tierra, en cuyo seno nació, creció y del que se independizó. (Jesús.R.G.)
Los pioneros fueron el capitán Fernando Aranguren y los tenientes Anselmo Sánchez Tirado y Fernando López Lomo. El estreno de estos nuevos medios provocó el interés general y hasta la Reina Regente Dª María Cristina realizó, el 27 de junio de 1889, una ascensión en un globo cautivo. Desde entonces, todo fue aumentando: mediante la Ley del 17 de diciembre de 1896 se creó el Servicio de Aerostación, lo que constituía un ‘ascenso’ en la importancia que se daba a las actividades aéreas en el seno del Ejército. La figura señera de este tiempo, y que marcó su impronta en los siguientes años, fue el comandante Pedro Vives.
El coronel Vives, primer director de la Aeronáutica Militar, en 1913
El bautismo de fuego de la aerostación militar fue en 1909, en las operaciones cercanas a Melilla, a fin de librarla de las acciones de los rifeños rebeldes al Sultán de Marruecos. Para ello, fueron de suma utilidad las observaciones realizadas desde globos cautivos -es decir, unidos a tierra mediante un cable- dotados de teléfono para pasar la información derivada de la vigilancia del campo de batalla desde posición tan privilegiada. El futuro estaba en la creciente fiabilidad tecnológica de los tres ingenios aéreos de ese tiempo: los globos, los dirigibles y los aviones.
En diciembre de 1910 se constituyó la primera base aérea española en Cuatro Vientos, cerca de Madrid, que subsiste en la actualidad, y en cuyas inmediaciones se sitúa el Museo de Aeronáutica y Astronáutica. Al poco, marzo de 1911, dio comienzo el primer curso para formar a los nuevos pilotos de manera sistemática, y a las especialidades asociadas: observador, bombardero, etc. Apenas a los 10 años del primer vuelo de un avión en la Historia logrado por los hermanos Wright, la importancia creciente de las misiones aéreas en España proporcionaría un nuevo ‘ascenso’ con el reglamento del Servicio de Aeronáutica Militar de 1913, que, potenciaba y modernizaba sus dos componentes: la Aerostación - los globos-, y la Aviación los aviones, bajo la dirección del entonces coronel Vives. El incremento del personal destinado en esta fuerza aérea llegó a sumar la fuerza de varios regimientos de Infantería.
Primer estandarte del Servicio de Aeroestación
En 1920, hubo otro impulso modernizando y ampliando la organización, la formación de los pilotos, observadores y demás especialidades, junto con los nuevos distintivos que se necesitaban, hasta que, durante la Guerra Civil de 1936 a 1939, los aviones quedaron dueños absolutos del ‘campo’ de batalla aérea. Hasta entonces, la organización de las fuerzas aéreas del Ejército era de un ‘Servicio’, es decir, una parte de segundo nivel; fundamental, sí, para las operaciones en el campo de batalla, pero sin la categoría de ‘Arma’ que tienen la Infantería, la Caballería, la Artillería y los Ingenieros.
Bandera de la Aviación Militar
Tras la Guerra Civil, por medio de la Ley del 7 de octubre de 1939, se dio a la fuerza aérea española un enorme salto cualitativo al subirla a la máxima categoría organizativa, la de ‘Ejército’ con el apellido ‘del Aire’, poniéndolo al mismo nivel que la Armada que hasta hoy en día mantiene en su seno un componente aéreo propio, y que el Ejército de Tierra, en cuyo seno nació, creció y del que se independizó. (Jesús.R.G.)
Fuente: http://www.onemagazine.es/
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