
Rusia ha provocado cambios significativos en la situación estratégica de la OTAN, especialmente en su segmento europeo. La frontera occidental rusa representa una franja terrestre colindante con países miembros de la Alianza, y si se consideran también las fronteras marítimas en los mares de Barents, Báltico y Negro, la longitud total alcanza casi los 5.000 kilómetros. Sobre la defensa de la OTAN frente a Rusia escribe el general de cuerpo retirado Waldemar Skrzypczak.
Al planificar operaciones militares, ambas partes consideran la extensión de sus fronteras y definen también otras zonas fuera de ellas donde podría producirse una confrontación, como la región del mar del Norte o más al norte, en las proximidades de islas deshabitadas de Noruega. Para cada operación se asignan fuerzas y medios específicos que deben emplearse. Según el objetivo planteado, se establece la intención operativa y, con base en ella, se configura un contingente cuyas acciones deben garantizar el cumplimiento de dicha meta.
Es muy probable que los planificadores militares de Rusia y de la OTAN elaboren escenarios de operaciones que exceden ampliamente los límites definidos por los mapas políticos. En esencia, los combates pueden desarrollarse en cualquier parte del mundo, según el objetivo estratégico. Las únicas limitaciones son las zonas de interés y el respaldo de los aliados. La reflexión sobre los escenarios carece de fronteras; el único límite posible es la imaginación.
Hasta hace poco, la frontera más segura para Rusia era la que compartía con la OTAN. Era la Alianza la que custodiaba esa frontera sin manifestar en ningún momento intenciones agresivas hacia Rusia. Sin embargo, tras la agresión de Putin contra Ucrania, esa situación cambió. Las amenazas dirigidas a los países de Europa del Este provocaron una reacción por parte de la OTAN mediante una movilización que Putin no anticipó. Ese desenlace contraviene sus planes. Una Europa unida y armada pone en riesgo su proyecto de expansión del “mundo ruso”. Por ello, los principales propagandistas del Kremlin han recurrido a un discurso histérico, en ocasiones incluso ridículo. Un ejemplo de ello son las amenazas de represalia contra quienes se retiran del tratado de Ottawa sobre minas antipersonales, a pesar de que Rusia nunca fue signataria de ese acuerdo y las emplea de forma generalizada en la guerra contra Ucrania.
La propaganda del Kremlin ha quedado en evidencia. La posición estratégica de Rusia frente a la OTAN nunca le resultó favorable, especialmente si se consideran la longitud de sus fronteras y la comparación de las capacidades convencionales de ambos bloques. Esa situación cambió durante más de una década como consecuencia de errores políticos cometidos por Occidente, que redujo drásticamente su potencial militar, mientras Rusia lo incrementaba. Fueron fallos cometidos por quienes no contaban con el conocimiento ni la preparación necesarios para asumir eficazmente la responsabilidad de la seguridad. En el caso de Polonia, los responsables fueron los asesores militares de entonces.
El ingreso de Suecia y Finlandia en la OTAN deterioró gravemente la posición estratégica de Rusia. La frontera se amplió en 1.200 kilómetros. El mar Báltico pasó a estar dominado por fuerzas de la Alianza. Ucrania privó a Rusia de la capacidad de operar en el mar Negro.
La frontera con Ucrania es, y seguirá siendo, peligrosa para Rusia mientras ese país conserve su soberanía y permanezca fuera de la esfera de influencia rusa.
Para que Rusia pudiera sentirse segura, necesitaría disponer de un potencial militar capaz de proteger su frontera con la OTAN en toda su extensión. El Kremlin es plenamente consciente de esta realidad. Además, en vista de los intereses del miembro más poderoso de la OTAN en Asia, Turquía, así como de sus relaciones con Azerbaiyán y Kazajistán, surge un nuevo factor de preocupación para Moscú. Las reclamaciones territoriales de China sobre la región de Jabárovsk tampoco le permiten a Putin mantener la tranquilidad. Esa podría ser la condición impuesta por Pekín para respaldar a Rusia en la guerra contra Ucrania. La pérdida de influencia rusa en el Cáucaso es solo cuestión de tiempo. El sueño imperial de Putin comienza a desvanecerse.
La actual narrativa de Putin se basa en amenazas dirigidas a los países de Europa del Este miembros de la OTAN, en particular Polonia, Finlandia y los Estados bálticos. La guerra híbrida forma parte de esta estrategia y podría constituir una antesala para intensificar las tensiones en la región, con el riesgo de derivar en una guerra de escala limitada.
Mientras la guerra en Ucrania mantenga ocupada a la mayor parte del ejército ruso, Rusia no logrará reconstruir un potencial militar capaz de enfrentar a la OTAN. Es incierto que algún día consiga equilibrar la superioridad de la que dispone la Alianza. Moscú no contempla una guerra prolongada; su economía no soportaría ese escenario. Por tanto, la única opción que le quedaría a Rusia sería un conflicto militar breve y limitado contra uno o varios miembros de la OTAN.
Todo esto bajo la premisa de que Rusia logre quebrar la unidad de la Alianza y generar incertidumbre respecto al cumplimiento del artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte.
Las declaraciones de los representantes del régimen de Putin indican que los países más expuestos serían los Estados bálticos y Moldavia. Las amenazas contra Polonia o Finlandia forman parte de la propaganda rusa habitual y no reflejan planes reales. Un enfrentamiento contra Polonia o los países escandinavos, con el respaldo de otros miembros de la OTAN, sería un suicidio para Rusia. Un ataque ruso contra los Estados bálticos provocaría una respuesta contundente de las fuerzas concentradas de la Alianza, que incluiría ofensivas desde el noroeste y suroeste, acompañadas de operaciones para liberar los territorios ocupados por Rusia. En el marco de operaciones conjuntas, se ejecutarían ataques de distracción en la región del mar Negro, posiblemente con la participación de tropas ucranianas, dirigidos hacia Crimea y más allá.
Este es solo un esbozo de la estrategia defensiva de la OTAN, pero ilustra claramente las enormes limitaciones y riesgos a los que se enfrentaría Rusia.
Rusia no logrará ocultar sus intenciones agresivas. La OTAN adoptará con antelación las medidas políticas y preventivas necesarias. Si esas acciones no bastan para disuadir a Moscú, la Alianza desarrollará las capacidades militares necesarias para repeler una agresión. No parece probable que se recurra a un ataque preventivo, debido a la oposición del Comité Político de la OTAN, que teme ser acusado de iniciar una ofensiva. Esta postura resulta comprensible. No obstante, los mandos militares deben preparar una respuesta devastadora en caso de agresión rusa. Para ello, deberán concentrar previamente su potencial militar cerca de las zonas donde las posiciones enemigas evidencien una amenaza inminente. Rusia no logrará tomar por sorpresa a la Alianza.
Fuente: https://israelnoticias.com/
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