Terminado
el reinado más brillante de nuestra historia, se abren tiempos de
renovación para España, que debe afrontar, como dijo S.M. el Rey, nuevos
retos y desafíos. De cómo seamos capaces de afrontar estos retos
dependerá nuestro futuro como nación, nuestro bienestar y nuestra
seguridad. Espero que este nuevo reinado sea tan largo y fructífero como
el del Rey Juan Carlos, y que suponga la continuidad en nuestro
desarrollo democrático, social y político, que son las ambiciones de
España como nación. S.M.
el Rey, en su discurso de coronación, esbozó una perfecta hoja de ruta
de los desafíos y de los pasos que deben guiar el actuar de la sociedad
española para continuar en la senda del crecimiento, el fortalecimiento
de la justicia y la profundización de la igualdad en una sociedad basada
en el mérito personal.
Pero
si analizamos en detalle sus palabras, y si a eso añadimos que si algo
estuvo presente en toda la ceremonia de coronación, fue el vinculo de
S.M. con la institución militar, no cabe duda de que es momento de
definir los retos que afrontan nuestras Fuerzas Armadas, precisamente
para hacer frente a muchos de los desafíos que afectan a nuestra
seguridad y relaciones exteriores y que fueron bien enumerados en el
discurso de coronación.
Es
evidente que en los últimos cuarenta años, la sociedad en su conjunto
ha sufrido una transformación sin precedentes y ha asumido los
perjuicios y daños de esa transformación y también disfrutado de sus
beneficios. Pero si hay una institución que ha asumido la mayor
transformación en estas décadas han sido, sin duda, las Fuerzas Armadas. De
bando vencedor de una guerra civil y ejercicio de una dictadura desde
las máximas instancias del estado a convertirse en servidores del
conjunto de la sociedad asumiendo su posición constitucional con
obediencia y respeto, hay un gran abismo. Con gran respeto a todas las
instituciones del Estado, nadie ha hecho un esfuerzo mayor de
regeneración democrática que las Fuerzas Armadas. Las
Fuerzas Armadas sufrieron junto a las fuerzas de seguridad el embate
terrorista con cientos de asesinatos, algunos de ellos compañeros y
amigos de cuerpo, que hoy y siempre debemos recordar con admiración, y
sin embargo nunca mostraron fractura, sino plena colaboración y dolor
contenido.
Cuando
las crisis económicas han zarandeado nuestra estructura de bienestar,
han sido los presupuestos de defensa los más sacrificados en un esfuerzo
de solidaridad, ya que no por ello han mermado ni el entusiasmo ni
mucho menos las misiones militares en el exterior, preservando nuestra
seguridad y ayudando a todos aquellos que han sufrido en los últimos
veinticinco años los desastres de las guerras en África o en Asia, o de
los cataclismos naturales. Durante este esfuerzo de cooperación sin
precedentes, muchas vidas se han quedado también en el camino. La
industria española de defensa fue capaz durante muchos años de servir
de proa del desarrollo tecnológico e industrial de nuestro país, en
sectores tan críticos para una economía moderna como el espacio, la
aeronáutica, las tecnologías de la información, la industria naval y un
largo etc. de industria auxiliar. Si es prioridad de S.M., y así debe
ser, el impulso de la tecnología y la industria como motor de futuro, se
necesitará contar con la industria de defensa y aerospacial. Pero
las Fuerzas Armadas de hoy afrontan también numerosos problemas
internos. Las reducciones de presupuestos han puesto en serio peligro
nuestra capacidad de defensa, que va mucho más allá de las operaciones
en el exterior o de la colaboración con el resto de la sociedad en la
lucha contra todo tipo de calamidades.
Ayer
se hacía público que el número de refugiados en el mundo supera los 51
millones de personas, más que como consecuencia de la Segunda Guerra
Mundial. Esto nos muestra que el mundo es cada vez más inestable y que
los riesgos de conflictos militares de gran escala no nos son tan
ajenos. A poco más de cinco horas de avión tenemos más de diez
conflictos militares en el Sahel, Oriente Medio y Europa. Hoy vemos
cómo Rusia está a punto de invadir un país europeo y democrático, y si
se produce, puede ser la puerta del abismo en Europa. Afrontar
desafíos requiere en primer lugar; reconocer los puntos de partida, y
éstos nos muestran que nuestras Fuerzas Armadas no disponen de los
medios necesarios para afrontar con garantías los desafíos militares que
seguramente se desarrollarán en los próximos años. En
primer lugar, se necesita revertir la situación de colapso
presupuestario. No hay dinero para hacer lo que se debería estar
haciendo, y bajo las fórmulas presupuestarias que se establezcan, pero
necesitamos devolver al presupuesto de defensa gran parte de lo perdido
en los últimos años y necesitamos hacerlo rápido, porque las amenazas no
tienen el detalle de esperar a que nuestra economía se recupere del
todo. Los primeros dineros deben servir para mejorar el entrenamiento,
el mantenimiento y la operatividad. Estas son las primeras necesidades
perentorias.
En
segundo lugar, necesitamos incorporar a nuestras Fuerzas Armadas nuevos
equipos. Los últimos que se han adquirido fueron diseñados a finales de
los ochenta y comienzos de los noventa (fragata AEGIS, submarino S-80,
Eurofighter, A-400M). Las Fuerzas Armadas deben incorporarse a las
tecnologías y medios del siglo XXI. Vehículos
sobre ruedas multipropósito constituyen la primera prioridad, ya que no
nos podemos permitir un nuevo conflicto exponiendo a nuestras tropas a
una ausencia de protección y movilidad como la que hemos sufrido en las
últimas décadas y que ha habido que resolver con soluciones de urgencia.
Los vehículos actuales no pasarían ninguna ITV. Vehículos pesados sobre
ruedas, con sistemas de protección balística de última generación, con
sensores y sistemas de control remoto, con sistemas de mando y control
que les hagan parte esencial de un sistema de sistemas. Sistemas
no tripulados constituyen una segunda prioridad. España está perdiendo
el tren de estas tecnologías que serán determinantes de la superioridad
militar de las próximas décadas, por la ausencia de presupuestos.
Sistemas de reconocimiento y de combate aéreo, terrestre y naval deben
incorporarse con carácter inmediato. Sistemas de mando y control y comunicaciones incorporando las últimas tecnologías constituyen una tercera prioridad.
Pero
para poder afrontar todas estas necesidades necesitamos una industria
española fuerte y competitiva. Poco contribuiría a nuestro desarrollo
tecnológico e industrial terminar adquiriendo todos estos sistemas en
Francia o Estados Unidos sin ninguna colaboración nacional, o quedando
como en los años setenta como meros subcontratistas de las partes
industriales. La
industria de defensa está más allá del colapso y necesita, en primer
lugar, nuevos proyectos en los que tenga una participación tecnológica
de primer nivel, y esto sólo lo puede pilotar el gobierno. Admás, la
industria necesita exportar esos productos y para ello se necesita apoyo
político, líneas de financiamiento y una colaboración público-privada
en la promoción y comercialización. El
Rey Juan Carlos ha sabido liderar grandes operaciones de exportación
durante su reinado, desde los camiones Pegaso hasta el portaeronaves a
Tailandia, las fragatas a Noruega y una larga lista; y también se ha
batido el cobre en otros mercados donde no tuvo éxito pero no le importó
afrontar los riesgos y el descrédito que podría comportar un fracaso, y
por eso mismo nunca nadie le pasó factura, sino todo lo contrario,
agradecimiento. No hay pueblo más agradecido que el español ni industria
que mejor sirva a su país que la de Defensa.
No hay otra obligación mayor que tenga un gobierno que dedicar su presupuesto a desarrollar e incrementar las capacidades empresariales para generar inversión y empleo. El ministerio debe dotar con recursos públicos a los organismos que deben apoyar la internacionalización, pero no de manera cutre, sino con ambición y sin complejos. No hace falta más que ir a una feria internacional como Eurosatory y aprender de los demás. Atender estas prioridades no es cuestión de elección política o de oportunismo, es materia de seguridad nacional; retrasar las medidas no puede ser una opción. Soy consciente de que corresponde al gobierno adoptar las medidas y ejecutarlas, pero estas cuestiones no pueden ser ajenas a las funciones que corresponden a S.M. el Rey. La hoja de ruta ya ha quedado marcada, esperemos que los gobiernos actuales y futuros sepan entender el mensaje y adoptar con prontitud las medidas, porque lo que está en juego es mucho. (J.R.G.)
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